Rosalia Briones

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CIUDADES EFÍMERAS.

Ven y levantaremos un muro a todo alrededor para mantenerlos afuera. Tal vez un canal al pie del muro, con un puente de madera que se alce y vuelva a tenderse con cadenas.

            Escojamos un lugar en la llanura. Miremos desde lo alto de aquella montaña el valle que se extiende bajo nosotros: Un sitio entre dos ríos, un islote a la mitad del lago.

            Tracemos de norte a sur las grandes avenidas mirando a las estrellas.  Pensemos en cada una de las calles para después poder tenderlas como largos brazos de asfalto que reposan.

            Crecerán frente a nuestros ojos los armazones metálicos, los andamios, los castillos de varillas hasta alcanzar el cielo. Correrá un fluido de cables hasta inundar cada uno de los pisos, y treparán las tuberías entrelazadas como hiedras sedientas de sol.

            Un minarete en el centro. Una plaza como estrella de los vientos. Una esquina en la cual detenerse, esperar.  Un refugio contra las tormentas de arena.  El barrio de los curtidores de pieles.  La avenida de los agentes apresurados.  El callejón que no habrás de encontrar.

            Construiremos para ti un jardín de jazmines secreto.  Desviaremos el cauce de los ríos para alimentar tu jardín.

            Será aquella ciudad que se asoma al borde del altiplano a la hora que las luces se encienden y emiten un halo rosa. La ciudad con la que los hombres sueñan.  Pueden imaginar que atrás han dejado a alguien, y miran por vez última desde lo alto de la montaña antes de despedirse. (La luz permanece en los párpados todavía algunos segundos después de cerrados los ojos)

            La construiremos con fervor. Levantaremos los muros con todo lo que tengamos a la mano día y noche hasta que, por fin, no quede piedra sobre piedra, ningún rastro de ella, apenas el sueño.

 

Pablo Emiliano de la Rosa.

Barcelona, a 26 de abril del 2003.


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